Gracias m´hijo, hacía 45 años que no bailaba…

Enero 2011. Verano. Calor. Mucho, quizás demasiado. Durazno? ¿Durazno en Enero? ¿40 grados a la sombra, por lo menos? De locos. Cosa de locos. Sólo a nosotros. No voy. Total, ya fui dos veces antes y aunque estuvo bueno, este año no tengo ganas. No da. Este cuerpito no está para estas cosas. Cansarse, dormir en el suelo todos amuchados. Y menos con este calor. Y los mosquitos. Que vayan otros.. Total, que van a a ir unos cuantos, seguro que van. Tenemos “piernas” para todo

Y sí, fueron, y un montón. Parece que había lista de espera, porque se habían llenado los dos buses. Entonces, tren de última hora, me vinieron ganas. En parte “per jodere”, como dijo el Papa. ¿Hay lugar? No me van a dejar afuera, al tío no!

Y el Miércoles previo, en “La Mulata”, pagué el pasaje. Eso sí: lista de espera.

Pero, como siempre, algún borrado, un problema de último momento: disculpen, no puedo ir;… y Rodolfo a Durazno.

Sábado 15. Idejo. En hora. Los buses, de novela, sobretodo si los comparamos con los del año pasado, uno de los cuales, perdió un pedazo por el camino, y si no fuera por un compañero, Juan del Tito Frioni, gaucho como él sólo, que se sacó la ropa, se tiró abajo y arregló el problema, mientras el chofer miraba sin tener la más pálida idea de qué hacer, todavía no habríamos llegado.

Lindos, los buses..¿en cuál voy? – en cualquiera, Rodo, poné el bolso abajo y subí-….pero cualquiera no, del de adelante me echaron...iba “completo” y “reservado”, parece.

Y fui en el otro, cómodo, linda gente y con algún lugar vacío. ¡Aire acondicionado! ¡Qué bueno! Un par de horitas y en Durazno, y capaz que con tiempo de bañarse en el Yí…pero no, a alguien se le ocurrió que había que hacer una visita a la Piedra Alta en Florida….20 grados en los buses, 65 a la sombra, o por ahí, en Florida…todos abajo, a morirse de calor e insolarse!!! Algunos litros de transpiración  después, aguasmineralesvarias, y, por fin, arriba otra vez, y ahora sí, Durazno.

Calorcito en el Centro Deportivo, los colchones, casi quemaban(¡que refresque , por favor!), y algunos “jóvenes” nos fuimos hasta el río. Lindo el Yí. Linda el agua.

¿Avalancha? ¿ahora? Si está mejor para quedarse aquí…pero el deber llama, ¿a qué vinimos?

Y arrancamos para el centro. Mucha gente. La peatonal, hermosa y colmada. La pizzería, sin sillas ni mesas libres para los rezagados, como el grupito del río,  por un buen rato. Pero insistentes y empecinados como avalancheros que se precien, terminamos consiguiendo todos, un lugar en alguna de las mesas del boliche, el mismo del año pasado.

Y hubo show. Y hubo Avalancha. Y hubo show del bueno y del otro. Pero hubo Avalancha. Avalancha que copó Durazno, que se dejó copar por la Avalancha.

Y hubo disfrute, y buena onda, y tango y baile. Y gente dispuesta a dejarse invitar, y a bailar, como pocas veces, por lo menos el que ésto escribe, experimentó.

Tengo años de avalanchero y de avalanchas. Pero no soy un buen “avalancheador”; soy muy tímido, (aunque no me crean), y me cuesta invitar gente del público…lo hago pocas veces, y generalmente termino bailando con alguna compañera que sí, anduvo invitando en la vuelta, con poco éxito…

Pero esa noche había algo especial…se adivinaba en los ojos de la gente, hombres y mujeres, aquí estoy, tengo ganas de probar, invitame a bailar un tango…

E invité, y bailé, y me sentí bien : ¡estoy avalancheando en serio esta noche!

Y había una señora mayor. Bastante mayor. Su cara, sus ojos, expresaban las ganas de bailar. Pero cuando me acercaba, bajaba la cabeza, como con vergüenza.

Y cuando finalmente la tomé de la mano, para vencer SU timidez-“hace muuucho que no bailo, no sé si me acuerdo, ni si mis piernas me responden”. Pero le respondieron, y a los pocos compases aquella señora se deslizaba  conmigo como si hubiéramos bailado la noche antes, la semana anterior, el mes pasado….Cuando terminó el tango, me dijo: gracias, m’hijo, hace más de 45 años, desde que quedé viuda, que no bailaba…..

Y me olvidé del calor, y del cansancio, y de mi propia timidez, y me sentí más “avalanchero” que nunca. Y agradecí haber ido a Durazno, aunque sólo fuera por ese instante, esos mágicos tres minutos, que esa señora me ofreció, ella,  a mí.-

Rodolfo